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El dios en que no creo

"Vengo a demostrarme que Dios no existe", comentó Alejandro; un joven adulto, hace un par de años dentro de un taller de crecimiento en la fe que imparto en mi comunidad; esto al preguntarle cuál era el objetivo que perseguía al cursarlo.


La imagen del amor de Dios se construye desde imágenes humanas del amor de un padre, de una madre, de amigos. Hay experiencias previas de acogida que me preparan u obstaculizan para poder experimentar la acogida de Dios.


"Dios me acepta con cariño insondable" (descubrimos al leer Is 43, 1-5). 


Podemos darnos cuenta que ésta es el área más débil en nuestra vida de creyentes, como en la que menos tenemos que decir.


¡Qué difícil sentirse amado por Dios!


Es importante, ante todo descubrir por qué. Por qué estoy bloqueado a la experiencia de ser "recibido" y amado por Dios.


La religiosidad popular latinoamericana -y en especial la mexicana- está cargada de imágenes falsas, y en ocasiones muy dañinas, sobre Dios. Veamos algunas:


1 Un «dios» milagrero que le encanta el trueque.

Es un dios aspirina, que me “echa la mano”. Al que acudo solamente en momentos difíciles. Es además un dios milagrero si cumplimos sus mandas y promesas. Le encanta que hagas un sacrificio, para hacerte un “favorcito”. A este dios nos encanta chantajearlo o inclusive extorsionarlo, todo para ganarnos “su gran lástima”.


2 Un «dios» titiritero controlador.

Es un dios que dirige todo. Todo lo que ocurre en el mundo lo ha querido Dios, da lo mismo que sea un cáncer o la lotería. Suerte o desgracia, Dios lo ha querido. Es el dios del que deriva la expresión “Si Dios quiere”. Suena a una frase piadosa, pero en realidad es una expresión muy mala y peligrosa. Lleva consigo una imagen inaceptable. A Dios se le achaca todo lo que sucede en el mundo, y así es el responsable último de todas las cosas buenas y de las atrocidades que pasan en este mundo.


3 Un «dios» castigador.

Es la imagen del dios como “reloj checador” que te observa en todo momento y “enjuicia” cada uno de tus pasos. Premia a los buenos y castiga a los malos; mas que Dios, parece un “Big Brother”. Ante ese dios se siente más miedo que amor. Quien cree en un dios así, monta una relación con Él desde la obligación. Nunca puede sentir cariño por Dios, sentirá sólo la frialdad de cumplir las leyes.


4 Un «dios» enemigo de mi libertad.

Es muy frecuente ante la gente joven sentir a dios como ese enemigo de su libertad. Lo que este dios me pide suele ser contrario a lo que me produce placer o felicidad.

Estamos ante un dios anti-felicidad que sólo busca que me acomode a un código preestablecido de lo que es la felicidad. Siempre que pienso en él se me vienen a la mente frases como: “no se puede”, “no es lícito”, “no es correcto”, “no está bien”…Dios se me convierte en un inmenso código de prohibiciones que van contra mi felicidad sexual, afectiva, de mi personalidad, de mis relaciones y de mi independencia. Al fin, siento una contradicción entre la libertad que Dios me dio y el uso de ella.


5 Un «dios» exigente de perfección.

El dios que me impusieron es la perfección; signo de limpieza, sin mancha, sin tachadura y que no acepta que la hierba buena conviva con la mala. Me exige cosas que no puedo hacer. La vida que me exige es imposible de alcanzar, y vivo frustrado en mi mediocridad.


6 Un «dios anciano» que ya nos olvidó.

El dios que conocí es la imagen de un anciano, que no ve lo que pasa; una especie de abuelo bueno, que no se entera de lo que ocurre alrededor de él y al que se puede calmar con unas oraciones o prácticas religiosas.



Hay que «sanar» nuestras imágenes de Dios. Me parece mejor esta expresión que la de simplemente "corregir" nuestras imágenes de Dios, que suena a más intelectual o puramente mental. 

Ya vamos viendo que en las «imágenes de Dios» se reúnen ideas, representaciones y vivencias en un todo. 


Es un conglomerado de sentimientos, imaginaciones y pensamientos.

Tener malas imágenes de Dios es una enfermedad. Daña el espíritu. Ya lo decía Sócrates respecto a las malas ideas, que hacían daño al alma, no sólo a la mente. Cuánto más una mala imagen de Dios es dañina para nuestra vida y para nuestro espíritu.


Estas imágenes erróneas son las mismas que Alejandro, el joven del inicio del relato, quería eliminar de su historia personal, constatando su ateísmo.

Logró su objetivo.

Yo también. Descubrí que yo también soy ateo de ese dios.

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